El 28 de
febrero asistí a una ponencia que llevaba por título La
palabra en la constitución de lo psíquico y lo mental más allá del lenguaje. La
conferencia fue a cargo del H. Monteverde, psicoanalista,
y organizó el acto la señora Eugenia Espinel, en el restaurante Campeón de
Barcelona.
La
conferencia me despertó interrogantes que he querido poner por escrito con la voluntad
que entren en diálogo con las aportaciones de H. Monteverde y también con lo
que cada cual que asistió pudo entender de lo que allí se habló.
Primero
diré que hay cosas que no comprendí, así que mis comentarios y aportaciones
sólo van ligadas a aquello que me pareció entender pero también a aquello que
no entendí.
El núcleo
de la conferencia me sitúa en la controversia que se abre en filosofía del
lenguaje entre lo que es un relato, que se cuenta con la palabra, y lo que es del orden de lo escrito, de lo
cifrado, ya sea con números o con letras.
El relato
se sitúa, en esta controversia, del lado del mito, con una fuerte carga
imaginaria, de significado. “Concebir un sentido, según G. Frege, no asegura un
referente”. Es decir, dónde está el objeto del cual hablamos?
En cambio
lo que puede cifrarse tendría su
correspondencia inmediata con el objeto y estaría libre de
contingencias, es decir, sería universal. Tan universal como puede serlo
aquellos descubrimientos físicos como la teoría de la relatividad, que
responde, según A. Einstein a una ecuación matemática, hecha de números y
letras. (interesante, para quien quiera leerla, la respuesta que da J. Lacan a
esta supuesta correspondencia).
La palabra, la que usamos cada unos de nosotros, está llena
de matices, produce lapsus, malosentendendidos, referencias no ajustadas,
dobles sentidos, etc. No acierta del todo en dar cuenta del pensamiento ni es
propicia a formular proposiciones verdaderas. Es poco apta para describir de
manera ajustada el objeto (o concepto) del que se trate, como hicieron notar
los filósofos que desde G. Leibniz a L. Wittgenstein, pasando por G. Frege
trabajaron por un proyecto de lenguaje universal (artificial, que estuviera
libre de contingencia). Con el ejemplo que puso H. Monteverde “un deseo de
niño” (si no escribí mal lo que decía) un lingüista o filósofo del lenguaje
puede tener verdaderos dolores de cabeza para dar exactamente con lo que este
dicho quiere decir. A qué se refiere.
El mito,
como tal, en sustentarse en el imaginario, es siempre contingente. Es decir,
depende de la cultura que produce el mito y
por tanto no tendría valor universal. Es particular. H. Monteverde puso
varios ejemplos para mostrar que el relato del Edipo no es universal. No se da
en todas las sociedades ni en todos los tiempos. Pero, que no sea universal no
quita que no tenga valor y que no tenga sus efectos, en el cuerpo mismo, por
ejemplo, en la conformación del carácter, etc.
El relato,
pues, no se sostiene por una proposición universal, verdadera, sino por el mito. Y así tenemos que el centro de la teoría
psicoanalítica se sustentaría en un mito: el de Edipo. Un relato. Cuando
aquello que pretendía Freud era dar cuenta de algo universal: la castración.
Nos
encontramos, pues, siguiendo el hilo de la exposición, con una teoría, la
psicoanalítica, que no estaría sustentada en ninguna ecuación de valor
universal sino en un acto de fe o en una creencia: en ningún sitio estaría
escrito que sea así más allá de algunos datos que aportan los pacientes en la
consulta al relatar sus historias mediante la palabra, incierta.
Para
decirlo corto, estamos en un delirio (como comentó H. Moteverde) a dos,
analista y analizante, o bien tenemos entre manos algo de lo que sí se escribe,
es decir, que cava un vacío en el real, que no es del orden de las apariencias,
de lo imaginario.
Según
parece estamos en una vía del psicoanálisis que querría demostrar vía
matemática que la teoría del Edipo no es sólo un relato sino que mediante un
matema se podría demostrar este valor universal de la misma manera que A.
Einstein la teoría de la relatividad.
H.
Monteverde planteaba una posibilidad de fundamentar la diferencia sexual no
mediante un relato, sino mediante algo de lo que se pueda escribir, que pueda
dar cuenta del núcleo del psicoanálisis, la castración, vía ecuación
matemática.
Si eso
pudiese ser, estaríamos formulando una
teoría con su correspondencia en la realidad. Es decir, tendríamos un objeto y
unos matemas que responderían a estos objetos. El Edipo, demostrado así,
pasaría de ser un relato, con sus contingencias, a ser algo universal que ya no
necesitaría de la palabra. La castración sería demostrable y no necesitaría del
mito para relatarla.
Pero la
diferencia fundamental entre la ciencia y el psicoanálisis es con el tipo de
objeto con el que se las tienen que ver. El objeto del psicoanálisis, si algo
es éste, es un objeto vacío.
Mientras
para la ciencia y la filosofía habría que intentar dar cuenta de este objeto,
una metafísica, en el psicoanálisis se
parte ya de toda imposibilidad. El significante, por su misma estructura, no
puede venir a cubrir todo el objeto. En eso, J. Lacan sigue a G.W.F. Hegel y en
eso es idealista, como R. Rorty.
Para G.W.F
Hegel el concepto es el tiempo de la cosa. El significante viene al lugar de la
cosa, y en este intervalo se pierde en ser. El significante labra un vacío. No
todo podría ser alcanzado por la palabra, habría un tope.
Así, el
ejemplo que puso H. Monteverde de “deseo de niño”, el problema para un
psicoanalista no sería el del lingüista, ni el del filósofo. Nosotros no
queremos saber el significado de esta proposición sino cómo operaría en
relación a otro significante. Es decir, si bien el psicoanálisis trabaja con la
palabra y sus imprecisiones, juegos, etc. el trabajo del psicoanalista
precisamente será el de un interpretante de los dichos del analizante, justo de
allí donde la palabra yerra, de por entre la maraña de significantes de donde
emerge el inconsciente.
El
inconsciente es un fading, dice J. Lacan.
El programa
absolutista de un lenguaje universal para dar cuenta de aquello universal,
finalmente, tal como advierte V. Hernández, puede muy bien derivarse de la
concepción del mundo y no tanto derivar un pensamiento de la lógica. De hecho,
pues, se trataría de ver, siguiendo el argumento de K. Gödel, si el habla no
sería finalmente la única posibilidad de demostrar cada uno sus proposiciones
válidas. De hecho, esta es la misma propuesta de R. Rorty. El mismo J.Lacan en
Lituraterre, cuando cuenta su viaje al encuentro del nacimiento de la vida, de
algo de lo cifrado, finalmente, delante las letras escritas en el pizarrón por
el científico, al no saber a qué se corresponden, tienen que auxiliarlo. Con
qué? Con el habla. Tiene que contárselo. Y por el relato algo debe haber de
plus.
El mismo I.
Lakatos admite que “ningún conjunto de juicios humanos es completamente
racional y, por tanto, ninguna reconstrucción racional puede jamás coincidir
con la historia racional”. (p. 61), Aunque I. Lakatos se decanta por apoyar que
donde hubo cambios estos siempre se pueden probar como cambios racionales. Es
decir, se apoya en la idea del progreso de la teoría de la racionalidad
científica cuando esta “constituye un programa de investigación historiográfico
progresivo, aunque admite que no toda (quédense con ese no toda) la historia de
la ciencia puede o debe explicarse como racional” (p. 65).
En el análisis, de lo que se trataría sería de un proceso
de desconstrucción de lo que la palabra cubre, de imaginario, para podernos acercar lo más posible al
núcleo del complejo de Edipo, a lo que S. Freud llamó el ombligo del sueño, la
represión primera (urvendrängung) o roca de la castración, y en J. Lacan a eso
que hemos llamado el objeto vacío.
Habría aquí lo que se escapa al entendimiento humano, el
espíritu, la cosa en sí. Un real que no es más que un vacío porque su
existencia se demostraría por su no existencia. Si el real es donde todo está,
todo es posible, la demostración de la castración, es decir de la imposibilidad
de la relación sexual, provocaría un vacío en el real.
Esta inadecuación del significante, esta división, produce
lo que en inglés llaman un gap, un hueco, un vació. El que queda entre el vagón
del metro y el andén.
Entonces, en la interpretación, qué es lo que guiará al
analista y lo que orientará al paciente? A mi modo de haber entendido, eso que
llamamos el deseo. Algo así como lo que conocemos con el nombre de infierno.
Por eso dice J. Lacan, en su seminario
del Sinthome, no hay ninguna religión que no se ocupe de eso.
¿Sería
entonces el psicoanálisis una religión? No. ¿Por qué? Porqué no ofrece La
solución. Si fuese eso lo que diese, estaríamos de nuevo al inicio, el habla y
sus contingencias. Sus producciones imaginarias y sus promesas de completud. Un
significante que vendría a recubrir todo el objeto.
En cambio,
lo que ofrece el psicoanálisis, para quien quiera, es que el sujeto se las tiene que ver con el objeto vacío, de
donde mana eso que fue y ya no es, de algo que quedó cerrado en el ombligo del
sueño, pero que surge, en palabras de Freud,
como el hongo de su micelio: el deseo.
De la
relación del sexo con la muerte, lo que del saber quedó cerrado con el nudo del
ombligo. Campo de las pulsiones, y de aquello que no cesa de no escribirse.
Campo de un imposible de ser recubierto por el significante, de ser dicho,
finalmente, por cualquier significante.
Una imposibilidad de conocimiento de Todo que
quedaría demostrada por ejemplo por la paradoja de B. Russell, un conjunto no
puede contenerse a sí mismo, porqué un conjunto siempre tiene que dejar un
elemento fuera que es el que indica que aquello es un conjunto que contiene los
elementos A, por ejemplo.
Para que
algo pueda ser dicho algo tiene que no poderse decir. K. Gödel mismo da cuenta
que no hay un axioma que pueda dar cuenta de todos los axiomas. Algo siempre
queda indemostrable. Fuera de lenguaje. Es lo que se conoce con la expresión no
hay Otro del Otro, o no hay un metalenguaje, un lenguaje que se cuente a sí
mismo.
El lenguaje
no es un órgano, dice J. Lacan a N. Chomsky.
Se cuenta porqué allí hay un sujeto que cuenta y aquí reside toda la
complejidad del asunto: hay una división fundamental causa del lenguaje de la
cual el habla da cuenta en un intento de cubrir qué? Algo que no deja de no
escribirse: la relación sexual. Es decir, la castración. Unos tienen y tienen
miedo de perderlo y los otros se resienten de no tener lo que los otros tienen.
Así,
convertir el habla en un lenguaje y no sólo en una abstracción de la lengua, no
sería tanto un proyecto de un lenguaje común universal sino de un lenguaje
particular que pudiese dar cuenta de algo universal vía qué? Vía metáfora. Es
decir, un arte. El ejemplo que pone Lacan es el de J. Joyce.
Por aquí
podemos entender porqué el habla resulta inapropiada para dar cuenta de manera
correcta de cualquier cosa. Siempre se dice más de lo que se dice. Pero podemos pensar, con horror,
verdad, a dónde nos llevaría depurar el
habla o sofocarla a una manera universal.
Alguna bibliografía
Hegel, F, Hegel, Fenomenologia
del espíritu. Trad. de W. Roces. México: Fondo de Cultura Económica, (1999)
Hernández, V, Lógica, lenguaje y
realidad, Ed. Doble Hélice Ediciones (2011)
Lacan, J, El sinthome, Ed.
Paidós, Buenos Aires-Barcelona-México,
(2008)
Lacan, J, Lituraterre, http://www.lituraterre.org/Iletrismo-El_texto_Lituraterra.htm
Lakatos, I, Historia de la ciencia y sus
reconstrucciones racionales. Ed. Tecnos, Madrid (2011)