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25/3/14

el cuento de edipo



El 28 de febrero asistí a una ponencia que llevaba por título La palabra en la constitución de lo psíquico y lo mental más allá del lenguaje. La conferencia fue a cargo del H. Monteverde, psicoanalista, y organizó el acto la señora Eugenia Espinel, en el restaurante Campeón de Barcelona.

La conferencia me despertó interrogantes que he querido poner por escrito con la voluntad que entren en diálogo con las aportaciones de H. Monteverde y también con lo que cada cual que asistió pudo entender de lo que allí se habló.

Primero diré que hay cosas que no comprendí, así que mis comentarios y aportaciones sólo van ligadas a aquello que me pareció entender pero también a aquello que no entendí.

El núcleo de la conferencia me sitúa en la controversia que se abre en filosofía del lenguaje entre lo que es un relato, que se cuenta  con la palabra, y lo que es del orden de lo escrito, de lo cifrado, ya sea con números o con letras.

El relato se sitúa, en esta controversia, del lado del mito, con una fuerte carga imaginaria, de significado. “Concebir un sentido, según G. Frege, no asegura un referente”. Es decir, dónde está el objeto del cual hablamos?

En cambio lo que puede cifrarse tendría su  correspondencia inmediata con el objeto y estaría libre de contingencias, es decir, sería universal. Tan universal como puede serlo aquellos descubrimientos físicos como la teoría de la relatividad, que responde, según A. Einstein a una ecuación matemática, hecha de números y letras. (interesante, para quien quiera leerla, la respuesta que da J. Lacan a esta supuesta correspondencia).

La palabra, la que usamos cada unos de nosotros, está llena de matices, produce lapsus, malosentendendidos, referencias no ajustadas, dobles sentidos, etc. No acierta del todo en dar cuenta del pensamiento ni es propicia a formular proposiciones verdaderas. Es poco apta para describir de manera ajustada el objeto (o concepto) del que se trate, como hicieron notar los filósofos que desde G. Leibniz a L. Wittgenstein, pasando por G. Frege trabajaron por un proyecto de lenguaje universal (artificial, que estuviera libre de contingencia). Con el ejemplo que puso H. Monteverde “un deseo de niño” (si no escribí mal lo que decía) un lingüista o filósofo del lenguaje puede tener verdaderos dolores de cabeza para dar exactamente con lo que este dicho quiere decir. A qué se refiere.

El mito, como tal, en sustentarse en el imaginario, es siempre contingente. Es decir, depende de la cultura que produce el mito y  por tanto no tendría valor universal. Es particular. H. Monteverde puso varios ejemplos para mostrar que el relato del Edipo no es universal. No se da en todas las sociedades ni en todos los tiempos. Pero, que no sea universal no quita que no tenga valor y que no tenga sus efectos, en el cuerpo mismo, por ejemplo, en la conformación del carácter, etc.

El relato, pues, no se sostiene por una proposición universal, verdadera,  sino por el mito. Y así  tenemos que el centro de la teoría psicoanalítica se sustentaría en un mito: el de Edipo. Un relato. Cuando aquello que pretendía Freud era dar cuenta de algo universal: la castración.



Nos encontramos, pues, siguiendo el hilo de la exposición, con una teoría, la psicoanalítica, que no estaría sustentada en ninguna ecuación de valor universal sino en un acto de fe o en una creencia: en ningún sitio estaría escrito que sea así más allá de algunos datos que aportan los pacientes en la consulta al relatar sus historias mediante la palabra, incierta. 

Para decirlo corto, estamos en un delirio (como comentó H. Moteverde) a dos, analista y analizante, o bien tenemos entre manos algo de lo que sí se escribe, es decir, que cava un vacío en el real, que no es del orden de las apariencias, de lo imaginario.

Según parece estamos en una vía del psicoanálisis que querría demostrar vía matemática que la teoría del Edipo no es sólo un relato sino que mediante un matema se podría demostrar este valor universal de la misma manera que A. Einstein la teoría de la relatividad.

H. Monteverde planteaba una posibilidad de fundamentar la diferencia sexual no mediante un relato, sino mediante algo de lo que se pueda escribir, que pueda dar cuenta del núcleo del psicoanálisis, la castración, vía ecuación matemática.

Si eso pudiese ser, estaríamos  formulando una teoría con su correspondencia en la realidad. Es decir, tendríamos un objeto y unos matemas que responderían a estos objetos. El Edipo, demostrado así, pasaría de ser un relato, con sus contingencias, a ser algo universal que ya no necesitaría de la palabra. La castración sería demostrable y no necesitaría del mito para relatarla.

Pero la diferencia fundamental entre la ciencia y el psicoanálisis es con el tipo de objeto con el que se las tienen que ver. El objeto del psicoanálisis, si algo es éste, es un objeto vacío.

Mientras para la ciencia y la filosofía habría que intentar dar cuenta de este objeto, una metafísica,   en el psicoanálisis se parte ya de toda imposibilidad. El significante, por su misma estructura, no puede venir a cubrir todo el objeto. En eso, J. Lacan sigue a G.W.F. Hegel y en eso es idealista, como R. Rorty.

Para G.W.F Hegel el concepto es el tiempo de la cosa. El significante viene al lugar de la cosa, y en este intervalo se pierde en ser. El significante labra un vacío. No todo podría ser alcanzado por la palabra, habría un tope.

Así, el ejemplo que puso H. Monteverde de “deseo de niño”, el problema para un psicoanalista no sería el del lingüista, ni el del filósofo. Nosotros no queremos saber el significado de esta proposición sino cómo operaría en relación a otro significante. Es decir, si bien el psicoanálisis trabaja con la palabra y sus imprecisiones, juegos, etc. el trabajo del psicoanalista precisamente será el de un interpretante de los dichos del analizante, justo de allí donde la palabra yerra, de por entre la maraña de significantes de donde emerge el inconsciente.

El inconsciente es un fading, dice J. Lacan.

El programa absolutista de un lenguaje universal para dar cuenta de aquello universal, finalmente, tal como advierte V. Hernández, puede muy bien derivarse de la concepción del mundo y no tanto derivar un pensamiento de la lógica. De hecho, pues, se trataría de ver, siguiendo el argumento de K. Gödel, si el habla no sería finalmente la única posibilidad de demostrar cada uno sus proposiciones válidas. De hecho, esta es la misma propuesta de R. Rorty. El mismo J.Lacan en Lituraterre, cuando cuenta su viaje al encuentro del nacimiento de la vida, de algo de lo cifrado, finalmente, delante las letras escritas en el pizarrón por el científico, al no saber a qué se corresponden, tienen que auxiliarlo. Con qué? Con el habla. Tiene que contárselo. Y por el relato algo debe haber de plus.

El mismo I. Lakatos admite que “ningún conjunto de juicios humanos es completamente racional y, por tanto, ninguna reconstrucción racional puede jamás coincidir con la historia racional”. (p. 61), Aunque I. Lakatos se decanta por apoyar que donde hubo cambios estos siempre se pueden probar como cambios racionales. Es decir, se apoya en la idea del progreso de la teoría de la racionalidad científica cuando esta “constituye un programa de investigación historiográfico progresivo, aunque admite que no toda (quédense con ese no toda) la historia de la ciencia puede o debe explicarse como racional” (p. 65).

En el análisis, de lo que se trataría sería de un proceso de desconstrucción de lo que la palabra cubre, de imaginario,  para podernos acercar lo más posible al núcleo del complejo de Edipo, a lo que S. Freud llamó el ombligo del sueño, la represión primera (urvendrängung) o roca de la castración, y en J. Lacan a eso que hemos llamado el objeto vacío. 

Habría aquí lo que se escapa al entendimiento humano, el espíritu, la cosa en sí. Un real que no es más que un vacío porque su existencia se demostraría por su no existencia. Si el real es donde todo está, todo es posible, la demostración de la castración, es decir de la imposibilidad de la relación sexual, provocaría un vacío en el real.

Esta inadecuación del significante, esta división, produce lo que en inglés llaman un gap, un hueco, un vació. El que queda entre el vagón del metro y el andén.

Entonces, en la interpretación, qué es lo que guiará al analista y lo que orientará al paciente? A mi modo de haber entendido, eso que llamamos el deseo. Algo así como lo que conocemos con el nombre de infierno. Por eso dice J. Lacan, en su seminario  del Sinthome, no hay ninguna religión que no se ocupe de eso.

¿Sería entonces el psicoanálisis una religión? No. ¿Por qué? Porqué no ofrece La solución. Si fuese eso lo que diese, estaríamos de nuevo al inicio, el habla y sus contingencias. Sus producciones imaginarias y sus promesas de completud. Un significante que vendría a recubrir todo el objeto.

En cambio, lo que ofrece el psicoanálisis, para quien quiera,  es que el sujeto se las tiene que ver con el objeto vacío, de donde mana eso que fue y ya no es, de algo que quedó cerrado en el ombligo del sueño, pero que surge, en palabras de Freud,  como el hongo de su micelio: el deseo.

De la relación del sexo con la muerte, lo que del saber quedó cerrado con el nudo del ombligo. Campo de las pulsiones, y de aquello que no cesa de no escribirse. Campo de un imposible de ser recubierto por el significante, de ser dicho, finalmente, por cualquier significante.

Una  imposibilidad de conocimiento de Todo que quedaría demostrada por ejemplo por la paradoja de B. Russell, un conjunto no puede contenerse a sí mismo, porqué un conjunto siempre tiene que dejar un elemento fuera que es el que indica que aquello es un conjunto que contiene los elementos A, por ejemplo.

Para que algo pueda ser dicho algo tiene que no poderse decir. K. Gödel mismo da cuenta que no hay un axioma que pueda dar cuenta de todos los axiomas. Algo siempre queda indemostrable. Fuera de lenguaje. Es lo que se conoce con la expresión no hay Otro del Otro, o no hay un metalenguaje, un lenguaje que se cuente a sí mismo.

El lenguaje no es un órgano, dice J. Lacan a N. Chomsky.  Se cuenta porqué allí hay un sujeto que cuenta y aquí reside toda la complejidad del asunto: hay una división fundamental causa del lenguaje de la cual el habla da cuenta en un intento de cubrir qué? Algo que no deja de no escribirse: la relación sexual. Es decir, la castración. Unos tienen y tienen miedo de perderlo y los otros se resienten de no tener lo que los otros tienen.


Así, convertir el habla en un lenguaje y no sólo en una abstracción de la lengua, no sería tanto un proyecto de un lenguaje común universal sino de un lenguaje particular que pudiese dar cuenta de algo universal vía qué? Vía metáfora. Es decir, un arte. El ejemplo que pone Lacan es el de J. Joyce.

Por aquí podemos entender porqué el habla resulta inapropiada para dar cuenta de manera correcta de cualquier cosa. Siempre se dice más de lo que se dice.  Pero podemos pensar, con horror, verdad,  a dónde nos llevaría depurar el habla o sofocarla a una manera universal.

Alguna bibliografía


Hegel, F, Hegel, Fenomenologia del espíritu. Trad. de W. Roces. México: Fondo de Cultura Económica, (1999)
Hernández, V, Lógica, lenguaje y realidad, Ed. Doble Hélice Ediciones (2011)
Lacan, J, El sinthome, Ed. Paidós,  Buenos Aires-Barcelona-México, (2008)
Lakatos, I, Historia de la ciencia y sus reconstrucciones racionales. Ed. Tecnos, Madrid (2011)